París mon amour
La capital francesa es una ciudad que nunca deja de inspirar. En mi viaje de cuatro días, cada rincón me ofreció un goce: desde encantadores cafés, paseos por los famosos barrios, hasta experiencias culinarias inolvidables. Me alojé en el acogedor Hotel Léon, ubicado en el barrio de Pigalle, perfecto para explorar la magia de la capital francesa. Aquí comparto mi itinerario, un recorrido que combina sabores, arte y la esencia parisina.
Tras instalarme en el hotel, decidí empezar mi aventura con una cena en el encantador restaurante Chez Toinette. Escondido en Montmartre, este lugar es un homenaje a la cocina francesa tradicional. El ambiente íntimo y los sabores caseros fueron una cálida bienvenida. Allí saboreé un plato clásico del sureste de Francia, los Ravioles du Dauphiné son pequeñas pastas rellenas, tradicionalmente con queso fresco y hierbas, cubiertas con una salsa cremosa y gratinadas al horno así como el Magret de Canard Rôti es una especialidad francesa que presenta pechuga de pato cocinado a la perfección: crujiente por fuera y jugoso por dentro todo acompañado de un buen vino francés.
La mañana comenzó con un delicioso desayuno en Mamiche, una panadería famosa por sus croissants frescos y su pan artesanal. Desde allí, asistí a una exposición en el Centre Pompidou, la cual ha sido diseñada como un laberinto. “Surréalisme” es una inmersión inédita en la excepcional efervescencia creativa del movimiento surrealista, que nació en 1924 con la publicación del Manifiesto fundacional de André Breton. Combinando pinturas, dibujos, películas, fotografías y documentos literarios, la exposición presenta obras de los artistas más emblemáticos del movimiento como Salvador Dalí, René Magritte, Giorgio de Chirico, Max Ernst y Joan Miró entre otros, así como de mujeres surrealistas destacando a Leonora Carrington, Ithell Colquhoun y Dora Maar.
A la hora del almuerzo, descubrí Gramme 3, un pequeño bistró conocido por su menú sencillo pero exquisito, allí pedí una sopa de arroz perfecta para el día de frío. Después, seguí explorando los diferentes distritos de la ciudad y cené en Le Servan. Este restaurante fusiona tradición y modernidad en cada plato, haciendo delicias con ingredientes locales y frescos. Allí degusté los aperitivos de sardinas marinadas y wonton frito de morcilla, como entrantes el tartar de ternera con limón y raviolis de topinambur y como plato principal el abadejo de línea. La noche terminó en 11ème Domain, una vinoteca que me permitió disfrutar de vinos naturales en un ambiente relajado.
La mañana del día siguiente comenzó con un té en Café Pigalle, una acogedora cafetería ubicada en uno de los barrios más vibrantes de París. Con su ambiente cálido y relajado, fue el lugar perfecto para disfrutar de un momento tranquilo antes de sumergirse nuevamente en la energía de la ciudad.
Luego, almorcé en Aux Bons Crus, un restaurante que captura a la perfección la esencia de los bistrós clásicos franceses. Este encantador lugar no solo destaca por su ambiente acogedor, sino también por su habilidad para rendir homenaje a los sabores tradicionales. Opté por un plato sencillo: el clásico fish and chips, con una capa crujiente y un interior jugoso. Para el postre, los profiteroles fueron la elección perfecta, servidos con una generosa dosis de chocolate.
El resto del día fue para explorar las mágicas calles de Montmartre, un barrio con alma bohemia que parece detenido en el tiempo. Caminé sin rumbo fijo, dejándome sorprender por cada rincón: callejones empedrados, pintorescas fachadas y pequeños comercios que parecían salidos de una pintura impresionista. La vista desde el Sacré-Cœur era impresionante, ofreciendo una panorámica inolvidable de París.
El último día en París comenzó de manera tranquila con un desayuno en Armande, una cafetería encantadora que rebosa calidez. Elegí una taza de té aromático que acompañé con una deliciosa tartaleta de sésamo, cuya textura y sabor resultaron ser una grata sorpresa, y una suave quiche de tortilla que me dejó completamente satisfecha. La atmósfera del lugar, con su decoración minimalista y acogedora, lo convirtió en un rincón perfecto para despedirme de la ciudad con calma. Pero antes de dirigirme al aeropuerto, hice una última parada en Coeur Coffee, una pequeña cafetería donde me sirvieron un chai latte con un servicio súper amable.