Caminante sí hay camino
Siempre he escuchado decir a la gente que hacer el Camino de Santiago te cambia la vida, es lo típico que escuchas y piensas que, aunque lo hagas no va a suceder.
Ahora que lo he hecho puedo afirmar que estáis en lo cierto.
Si existe una ruta en nuestro país conocida en el mundo entero es sin duda el Camino de Santiago. A lo largo de la Edad Media miles de peregrinos salieron de sus casas para emprender un viaje que les llevaría semanas e incluso meses hasta llegar a la Catedral de Santiago de Compostela y honrar así al Apóstol, de esta manera nacieron rutas a través de toda Europa.
Personas de distintas partes del mundo con diferentes credos inician este camino con un propósito o motivo personal. Yo no tenía ninguno en concreto, simplemente disfrutar de la experiencia y ver hasta dónde mi cuerpo era capaz de aguantar. Cuando viajo me gusta organizar todo yo misma pero esta vez por cuestión de tiempo lo dejé todo en manos de la agencia de viajes gallega Rutas Meigas que organizó mi Camino Francés, una de las rutas más populares.
Este recorrido del Camino pasa por algunas de las partes más bellas de España, incluyendo grandes ciudades como Pamplona, León y Burgos. También pasa por muchas ciudades de peregrinación muy importantes como Saint Jean Pied de Port, Logroño, Ponferrada y Sarria.
Mi viaje comenzó en tren desde Madrid hasta Sarria; mi punto de partida. Después de cinco horas llegué al municipio de Lugo. La primera noche me alojé en el Hotel Novoa situado en la Plaza da Constitución, perfecto lugar para descansar y comenzar la ruta con energía.
No tenía grandes expectativas sobre cómo iba a ser el camino pero sin duda la primera hora de mi camino me encantó. Salimos a las ocho de la mañana y sorprendentemente aun estaba totalmente de noche, no recordaba que el amanecer en Galicia era más tarde, cerca de las nueve de la mañana. Al alejarnos del pueblo se veía un cielo totalmente estrellado y durante las tres primeras horas todo el horizonte estaba cubierto de nubes, haciendo más mágico nuestro primer día de camino.
La simple vida del peregrino da paz al alma y te relaja en todos los sentidos convirtiéndose en una rutina muy tranquila donde caminar, comer y descansar se convierten en tu mayor placer.
Después de 23 kilómetros cruzando prados verdes con vacas, bonitas aldeas e iglesias llegamos a Portomarín, uno de los pueblos más bonitos del Camino de Santiago y puerta de entrada a la Ribera Sacra. Allí nos alojamos en el Hotel Spa Vistalegre, un bonito hotel con Spa donde nos sirvieron un delicioso desayuno.
Antes de la inundación, Portomarín fue declarado Monumento Histórico Artístico, y la villa se dividía en dos barrios: San Pedro (a la izquierda del río) y San Juan (en el margen derecho), unidos ambos durante siglos por un puente medieval.
Una de las grandes curiosidades de Portomarín tal y como lo ves hoy, es que muchos de sus principales monumentos fueron trasladados piedra a piedra hasta la actual villa, para que no desaparecieran bajo las aguas del embalse.
Y la parte del pueblo que quedó bajo ellas, cuando baja el nivel del embalse, aún pueden verse. Así que, si lo visitas en momentos de sequía, no te extrañe ver los restos de algunas construcciones de la antigua villa como: viviendas, molinos, muelles, embarcaderos y dos puentes que atravesaban el Miño.
Después de nuestras ocho horas de sueño nos levantamos con mucha energía para nuestro siguiente destino, Palas de Rei. El recorrido fue de 25 kilómetros, lo mejor para lidiar estas distancias es sin duda utilizar un buen calzado, calcetines anti-rozaduras y bastones (pensarás que no te harán falta, pero al segundo o tercer día los vas a necesitar).
En Palas de Rei nos alojamos en la pensión As Hortas, una preciosa casa con encantado toda de piedra y con una terraza perfecta con tumbonas para descansar después de la gran caminata.
A la mañana siguiente nos levantamos antes de lo habitual ya que el camino iba a ser duro y más largo que el día anterior. El recorrido desde Palas de Rei a Arzúa fue uno de los más bonitos de la ruta francesa. Vegetación en estado puro, aldeas de piedra, riachuelos, granjas y preciosos senderos frondosos.
Después de 33 kilómetros de subidas y bajadas llegamos a Arzúa, allí nos alojamos en mi hotel favorito de todo el camino, 1930 Boutique Hotel, un precioso hotel cuidado al más mínimo detalle con un desayuno espectacular, un servicio único y unos propietarios súper majos.
Me sorprendió mucho la cantidad de peregrinos de todos los países que emprenden su camino desde cualquier parte del mundo. Durante toda mi semana me crucé con franceses, italianos, suizos, portugueses, brasileños e incluso una chica del Líbano, independientemente del nivel de español que tenían la mayoría sabían decir perfectamente “Buen Camino”.
El recorrido del quinto día desde Arzúa a O Pedrouzo pasó volando, fueron diez menos kilómetros que el día anterior y menos subidas y bajadas. En O Pedrouzo nos alojamos en el Hotel Rural O Acivro situado a 20 minutos anterior a la entrada del pueblo. Este hotel en una preciosa finca con piscina y restaurante justo al lado con habitaciones súper cómodas y buen servicio.
Esa noche estuvimos de cervezas en un bar del pueblo con dos amigos valencianos que hicimos durante el camino. Llovía a cántaros y tuvimos que volver andando por el lado de la carretera que conducía al hotel.
A la mañana siguiente nos levantamos un poco más tarde que los días anteriores y recorrimos el último tramo de nuestra etapa hasta llegar a Santiago de Compostela. Una parte de mí no quería llegar al destino, toda la semana había pasado demasiado rápida. A dos horas de llegar a Santiago tuve un momento de reflexión y conexión con el entorno. Recuerdo mirar hacia atrás y ver a todos los peregrinos cargando sus mochilas agotados pero a la vez llenos de satisfacción por estar tan próximos a la ciudad.
Pisar el centro histórico de Santiago fue mágico. Recuerdo bajar los escalones que llevan a la plaza del Obradoiro, mientras un gaitero tocaba y mirar de frente a la preciosa catedral. Fue inevitable contener las lágrimas, sin duda un momento muy emotivo para todos los peregrinos que hicimos la ruta juntos.
La última noche la pasamos en A Tafona do Peregrino, justo al lado del Mercado de Abastos de Santiago. Aquella noche celebramos el camino, nuestro camino, junto con todos los peregrinos que llegaron ese mismo día. Por supuesto, con Estrellas Galicia de por medio.